Hace ya años que muchos venimos observando en el panorama eléctrico español movimientos sospechosos que deberían habernos hecho sospechar de que algo no estaba yendo todo lo bien que debiera. En las postrimerías del boom de la construcción, bancos y empresas inmobiliarias invertían sus pingües beneficios en comprar partes (o todas) de empresas energéticas. Contemplábamos vaivenes políticos en los que empresas alemanas o italianas pujaban por quedarse con un trozo de nuestras compañías eléctricas de bandera.
Al mismo tiempo estas compañías eléctricas daban cobijo a pobres políticos salientes que “abandonaban” la arena política. Y lo cierto es que no eran malos cobijos pues los muchos ceros de los sueldos pagados eran dignos hasta para un presidente de gobierno… o dos. La estrategia era sencilla, el político o política en cuestión sólo tenía que hacer una u otra reforma legal que viniese bien, no a España sino a una compañía eléctrica, y al salir esa compañía le hacía sitio en su cuadro directivo para “aprovechar su gran valía profesional”. No importaba el color político del gobernante saliente, la gratitud de la compañía no tenía inclinaciones políticas. Cuando el político en cuestión, ya fuera presidente, vicepresidente o ministro de economía ponía un pie fuera del parlamento una gran puerta de piedra se presentaba ante si y con decir las palabras mágicas: “ábrete sésamo” las puertas se abrían y le dejaban pasar. Una vez dentro no importaba demasiado qué función desarrollasen, el trabajo ya lo habían hecho previamente.
Los ciudadanos veíamos este baile de máscaras entre perplejos y condescendientes pues no éramos del todo conscientes de las consecuencias que estos cameos político-empresariales podían tener en nuestro día a día con el paso del tiempo. El caso es que los resultados de esta relación fue poco a poco dando sus frutos de forma que a lo largo de la primera década del siglo XXI se fueron implantando una serie de mecanismos cuyos frutos económicos eran muy jugosos. Así se estableció un sistema de subastas eléctricas diarias para, en teoría, ajustar la producción eléctrica a la demanda diaria. Estas subastas siguen un sistema bastante curioso. Cada día Red Eléctrica establece qué cantidad de electricidad hará falta y pide a los productores que vayan poniendo su producción a disposición. Así, primero entra la energía nuclear que, hasta este año 2013, se consideraba como fija y que no podía variar su potencia. Al tratarse de una energía cuyas inversiones están amortizadas su precio es el más bajo. Lo mismo le pasa a la energía hidroeléctrica que también entra a precio bajo. A continuación entran las energías renovables que entran a precio fijo según su prima. En siguiente lugar entra las centrales térmicas de gas natural que adoptan el curioso eufemismo de “centrales de ciclo combinado”. Finalmente y si es necesario entraría en la subasta la energía generada con carbón que es la más cara de todas. Hasta aquí sería lo normal. El caso es que el curioso sistema establecido en las subastas hace que el precio de venta de todos los Kwh vendidos en una subasta se establezca al precio más caro del último Kwh vendido. Como la diferencia entre el precio al que se había ofertado una cantidad de energía y el precio al que finalmente se había cerrado la subasta era distinto se permitió a las compañías eléctricas que “anotasen” esa cantidad como “déficit tarifario” comprometiéndose el gobierno a pagárselo tan pronto fuese posible. El caso es que pagar esa cantidad en estos últimos años no ha sido posible (según parece) y ese déficit tarifario ya va por cerca de los 30.000 millones de euros.
Dado que el consumo pico de España está en unos 45 Gwh y que la potencia instalada supera los 100 Gwh, y teniendo además en cuenta que con la crisis que vivimos en los últimos 4 años el consumo es aun menor en 2013 empezaba a ser normal que no entrasen Kwh de carbón (más caros) en el pack diario y eso no era bueno para el negocio y probablemente fuese difícil tener el dinero suficiente para cumplir con todos compromisos adquiridos. La solución no se ha hecho esperar, por un lado se ha decidido no renovar (pese al visto bueno del Consejo de Seguridad Nuclear) la autorización de actividad de la central nuclear de Garoña, con lo que se reduce la cantidad de energía barata que entra en las subastas cada día. Además, se promueve una legislación que frene la expansión de las energías renovables. Con todas estas medidas se logra que cada día entren en el pool diario algunos kilowatio de carbón con lo que el beneficio de todos los participantes crece considerablemente. En los últimos días además se han dado una serie de circunstancias poco habituales que unido al sistema antes explicado ha hecho que se les vaya un poco la mano provocando un aumento de más del 11% en un solo día y la anulación de la subasta por el propio gobierno.
Si uno contempla toda esta situación con algo de perspectiva es fácil que se pueda tener la sensación de que existe un sistema de enriquecimiento considerable de unos pocos en un mercado poco transparente y con una carencia de competencia y todo ello con la necesaria colaboración por acción u omisión de los diferentes gobiernos que ha habido.
Es por todo ello que resulta cuando menos vergonzoso que además se permitan poner en cuestión la viabilidad de muchos sectores industriales españoles que precisan de la energía eléctrica llevando a cabo subidas de la tarifa eléctrica como por ejemplo la última que ha puesto en una situación muy complicada a las industrias del sector reciclador. Parece que aumentar más de un 100% de golpe el precio del término de potencia con el consiguiente perjuicio para aquellas industrias que precisan de gran cantidad de electricidad pero en cortos períodos no es la mejor manera de apoyar a la industria. Es seguro que se pueden tomar medidas que apoyen a más de un sector y no sólo al eléctrico. El caso es que, como ya comenta toda Europa, lo que está ocurriendo en España en el tema de la electricidad está pasando de castaño a oscuro y además está poniendo en peligro a múltiples sectores.
A lo mejor es cuestión de aprender a pronunciar las palabras mágicas: “¡Ábrete …!”
A.R. Sanabria